LAS TETAS QUE LLORAN LECHE. Historia de una lactancia difícil, que es la historia de muchas lactancias difíciles.

Dar la teta no siempre es fácil. Existen lactancias de sueño, de esas de «nació, me lo puse al pecho y todo muy bien», me consta; pero conozco muchas más lactancias frustradas o sacadas adelante con mucho esfuerzo. Las mías, han sido lactancias muy difíciles, las dos. La primera la salvé a cañonazos, con mucho apoyo del entorno más cercano y mucho tesón; con muchas lágrimas y mucho desconocimiento, pero con mucho empoderamiento. La segunda fue, como en el circo, más difícil todavía. Esta vez, aún más complicada que la anterior, conté con ayuda de profesionales magníficas que encontré en mi camino (pediatras, enfermeras, asesoras de lactancia…) y de artilugios que, aún a día de hoy, me parecen una ayuda infernal. No habría podido salvarla sin todas esas ayudas externas, pero soy consciente de que todo lo que viene de fuera es ruido; enturbia ese tándem perfecto madre-bebé que es donde nace la fuerza para salvar cualquier lactancia complicada.

En esta sociedad occidental nuestra, tan civilizada y tan desarrollada, hace tiempo que perdimos los instintos innatos de nuestra especie a golpe de interés farmacéutico, irresponsabilidad médica y falta de empoderamiento materno. Procedemos de varias generaciones ya de «niños de bibi» y, en el camino, se perdió la posibilidad de aprender a dar la teta en casa, viendo a otras mujeres de nuestra familia hacerlo. Para complicar más aún la situación, la mal llamada «liberación» de la mujer nos lanza un mensaje de desarraigo con nuestra propia naturaleza mamífera. «Libérate, mujer, no seas esclava de la lactancia, realízate, trabaja, haz tu vida, sé independiente, el bibi puede dárselo cualquiera…». O tal vez quieran decir: «Desóyete, mujer, sé esclava del sistema, produce para el sistema, depende del sistema establecido… Y olvida tu voz interior». Y ante esta falta de tribu familiar donde aprender, surge otra tribu invisible de mujeres que se apoyan casi sin conocerse, pero unidas por un hilo que teje una red de mujeres conscientes y conectadas con su voz interior y entre ellas. Mujeres que forman círculos, grupos de lactancia, redes de apoyo o simples grupos de whatsapp. Mujeres que comparten experiencias y consejos, que cuando dices «necesito sacarme leche», te prestan su sacaleches y vienen hasta tu casa a traértelo, a pesar de que casi no te conocen. Pediatras que atienden fuera de hora desinteresadamente a madres con dificultades en la lactancia, contestan dudas a cualquier hora, te acompañan en tu esfuerzo y te brindan su apoyo y comprensión. Doulas y asesoras que han cubierto ese vacío social de conocimiento de la lactancia haciendo de ello su profesión. Amigas que te dan ánimo y también un empujón hacia adelante cuando lo necesitas. Y las madres. Cuando una madre ha amamantado parece lógico que acompañe a su hija en su propio camino para establecer una lactancia exitosa. Pero muchas de nuestras madres forman parte de esa generación a la que vendieron leche de fórmula a costa de arrebatarles la confianza en su propio cuerpo. Cuando una madre (abuela) no pudo amamantar, acompañar a su hija en una lactancia difícil supone una revisión de su propia historia que puede ser dolorosa y no siempre estará preparada para afrontar ese reto. Mi madre, intuyo que no entendía del todo el porqué de tanto empeño con la teta, pero me apoyó hasta las últimas consecuencias y fue mis pies y mis manos para poder ganar esta batalla.

Parto de la premisa de que una mujer tiene derecho a decidir si quiere dar el pecho o no, es su cuerpo, son sus tetas. Las que deciden dar el pecho y tienen una lactancia fácil son tan afortunadas que quizá ni lo sepan, esa sí es una vivencia que me habría encantado tener. Quienes tienen complicaciones y deciden abandonar la lactancia tienen todo mi respeto y mi comprensión. Los bebés necesitan madres felices, y las madres no somos sólo teta. Y están también mis compañeras de batalla, las mamis con lactancias muy complicadas que deciden trabajar duro para salvarlas. 

A ellas, a ti que estás luchando por dar el pecho a tu hija en contra de los consejos de tu entorno, a ti que vives pegada al sacaleches mientras tu hijo prematuro crece dentro de una incubadora, a ti que todos los días piensas que ya no puedes más, que te rindes, pero te vuelves a levantar con fuerzas para seguir intentándolo; a ti, quiero contarte mi experiencia por si, en medio del cansancio desgarrador de tanta entrega, puede dibujar un rayito de luz en el horizonte.

El día en que comprendí que con mi segundo hijo no iba a poder ser solo teta, al menos al principio, decidí que si no podía ser en directo, sería en diferido, pero su leche era suya y la única forma de esperar el momento en que estuviera preparado para mamar era seguir produciendo leche. Y ahí te ves, conectada a una máquina que se acaba convirtiendo casi en tu amiga inseparable, tu aliada… La que te arranca la leche del cuerpo a tirones como si te arrancaran el alma. Porque duele, no lo voy a negar. Al final le acabas cogiendo el truco, pero la extracción de leche materna no es sencilla. Y se te derrama la frustración por los ojos escuchando ese sonido tan rítmico y mecánico mientras anhelas abrazar a tu bebé en tu regazo. Y dejas de sentirte loba y pasas a sentirte vaca, porque lo de amamantar es muy humano, muy de cualquier especie mamífera, pero lo de ordeñarse y controlar la producción de leche en mililitros suena a central lechera. Yo me puse como objetivo que mi hijo tomara su leche y llegué a conseguir lactancia materna exclusiva en diferido. Hasta el punto de dejar de confiar en mi capacidad para lactar y la suya para amamantar. Casi cuatro meses anclada a un sacaleches, construyendo una burbuja emocional donde poder escucharme y aislarme del ruido exterior, que en un intento siempre bienintencionado de ayudar, te invita a la rendición continuamente. Hasta que sentí que había perdido el Norte y que había llegado el momento de volver a alimentarlo directamente de mi pecho. Tenía que intentarlo. Tuve que repetirme mil veces a mí misma que podía, que ya lo había conseguido una vez, para intentar convencerme y creérmelo. Y tuve que decirle a él que podía, aunque yo hubiera introducido objetos que interfieren para sobrevivir. Y nos lanzamos al desbibi. 

Y sé que muchos pensaron que no valía la pena. Que ya había tomado mi leche durante más de tres meses, que su sistema inmunitario podía completarse sin mi leche, que el vínculo también se establece sin la teta… Y tenían razón. Pero yo echaba de menos ese subidón de oxitocina por mis venas, las endorfinas nublándome la razón y la sonrisa de tonta de remate que se me pone cuando mis hijos maman. Lo confieso. Soy una yonqui de la teta. 

Mamis cuyas tetas también han llorado leche en un bote de plástico, sois dueñas de vuestra historia y vuestra lactancia, sólo vosotras podéis decidir hasta dónde vais a batallar. Yo sólo puedo contaros que pensé mil veces que ya no podía más y pude, vaya si pude. Y que no sería peor madre si hubiera decidido abandonar, pero el placer de amamantar a mi hijo compensa con creces todo el esfuerzo invertido en esos meses.

A veces, el inicio de la lactancia es un camino tortuoso y empinado, pero hay un paraíso arriba de la montaña que sólo nos pertenece a nosotras y a nuestros hijos e hijas.

Hoy,cuando veo a mi hijo mamar, sólo puedo sonreír y pensar: benditas tetas, bendito tú.

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